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...este viaje sin mapas ni compases que oscila entre el sueño y la utopía, nunca imaginé cuánto duraría. Sé que sigo inmersa en él porque lentamente he descubierto las huellas de mi propia memoria y en consecuencia, el ineludible riesgo que existe de perderme o… perderla. Gurrutia
Sin equipaG es el registro de ausencias y presencias que se guardan en la mente de cada persona. Recuerdos que forman parte de un equipaje etéreo donde los contenidos le dan forma al contenedor y que moldean lo que sucede en el andar cotidiano.
Las imágenes instaladas en la memoria son la retórica que fundamenta, en gran medida, lo que sucede en el presente. El ayer es el momento pendiente que si bien lo evocamos en el ahora, se menciona con acento pretérito. Bergson escribía que las imágenes y los gestos tiene la facultad de permanecer más tiempo en la memoria que las palabras; éstas, al proliferarse, cumplen con un ciclo de vida: nacen, crecen y si el sonido se detiene, mueren. Nada más vivo y personal que las fotos construidas por el know-how mental del individuo.
Se dice que el cerebro es un músculo que tiene que ejercitarse. El paliativo de la pérdida de la memoria es la imagen capturada, que al paso del tiempo se convierte en álbum que apresa nuestros recónditos y fugitivos pasados. Si el pensamiento no recuerda, el recuerdo se congela, si éste se congela, lo que ha sido (con todo su contenido) se puede perder. La mente atrofiada es un vivir que dificulta el sentido de la existencia.
El discurso de Urrutia anuncia conceptos que evocan hechos a través de la fotografía como un descubrimiento narrativo y auto procesual. La imagen capturada será un recurso que reanima esencias sujetas en estado profundo y criónico, que la lente evidencia, paradójicamente, con la acción. La remembranza es un “volver a casa”, escabullirse a un ethos más profundo e individual, que con el paso del tiempo las esencias se multiplican y que metafóricamente, la artista notifica su importancia con cinta métrica
El binomio plástico de la exposición se balancea entre visiones aéreas como terrenales. A lo lejos y prescindiendo de un brújula sin norte, a “vuelo de pájaro” avistamos pistas como planicies sociales donde se trazan moradas familiares y anidan edificaciones que nos identifican como familia o colectividad geográfica y que nos enlazan con pasados remotos pero duraderos. De cerca, observamos el sentido de no-pertenencia de los objetos, incluido el cuerpo. Al final, entre el cielo y la tierra, nada te quedas salvo lo vivido. ¿Será necesario pues, cargar con maletas pesadas vacías de contenido?
César Alejandro Castro
Curador